ARTE EN GRAN FORMATO

Texto: Emmanuel Sandoval.
Fotografía: Rodrigo Navarro.

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Un mural no es una simple pintura de caballete. Un mural, en ocasiones ni siquiera es parte del mismo muro que lo sostiene —existen algunos que son paneles montados sobre una pared—. En su mayoría se trata de obras que se han pensado para un espacio y condiciones específicas y precisas. Los murales son parte integral de la arquitectura que les rodea, de esos enormes pasillos, de esos espacios abiertos, de la majestuosidad misma del edificio que los resguarda.

Las grandes obras murales de México se encuentran distribuidas por todo el país, pero la Ciudad de México es hogar de algunas de las más representativas. Recorrerlos y admirarlos todos es un ejercicio que vale la pena realizar, pero que llevaría semanas o inclusos meses completar. 

LA HISTORIA DEL MURO

El movimiento muralista se originó en 1910, durante la Revolución Mexicana, pero no fue sino hasta la década de los 20 que comenzó a ser percibido como un arte. En ese momento se inicia el gran apogeo que convertiría al muralismo mexicano en fuente de inspiración y modelo artístico a nivel internacional.

La Revolución mexicana fue el detonante que aumentó el deseo por una verdadera y profunda transformación en el país. El pueblo hizo demandas radicales que tenían como objetivo una auténtica renovación social, política y económica. Un grupo de intelectuales y pintores mexicanos se apropió del movimiento, y sus mentes y maestría artística se convirtieron en las responsables de crear las que, hasta la fecha, son consideradas las obras más importantes en la historia de México.

Uno de los deseos de estos intelectuales y artistas era crear una nueva identidad nacional y buscaban consolidar los ideales sociales creados en la Revolución, y por medio de su arte destacar un nacionalismo y amor por nuestro pasado indígena.

“educar a través del arte ”

En 1932, el presidente Álvaro Obregón, junto a su Secretario de Educación, José Vasconcelos, encontró que el analfabetismo en el país era apabullante. ¿Cuál sería la forma más práctica para enseñarle a la gente? Dr. Atl (Gerardo Murillo), considerado el maestro del muralismo, propuso lo siguiente: educar a través del arte. La idea resonó, y el resto es historia.

INTEGRACIÓN PLÁSTICA

Los museos, las galerías, los teatros y las iglesias son los recintos culturales de la Ciudad de México cuyos rincones y muros son en sí mismos espacios expositivos que forman parte de un discurso cultural que puede ser asimilado y comprendido —de manera subjetiva— y un canal para la apreciación, la contemplación y el goce de una obra. En ellos se alberga el conocimiento, la historia y el legado. Nuestros sentidos capturan no sólo la majestuosidad de una obra, sino también del espacio que le fue designado.

En el caso del muralismo, ésta es sin duda una máxima. Para su creación —y exhibición— fueron requeridos espacios en sí imponentes: San Idelfonso, Bellas Artes, Palacio Nacional, la Secretaría de Educación Pública. Estos edificios son, desde el siglo pasado, los sitios a los que se sigue acudiendo para educarse, aun cuando la Revolución no signifique ya nada para muchos.

 

Es la noción de patrimonio la que ha mantenido la vigencia de los murales, cuyo discurso continuamente se restaura en lo físico y en lo colectivo. Ahí, México sigue siendo un país con un desarrollo apasionante. En ellos se perciben los embates políticos y económicos de principios del siglo xx. Pero también fuera de los perímetros de estos muros se pueden rastrear los alcances de un proyecto pictórico-ideológico.

La didáctica del muralismo tiene resonancia incluso ahora, en los libros de texto, en los recorridos guiados de los edificios en donde se pintaron, en los miles de visitantes de todo el mundo que documentan su existencia eterna, en los mexicanos que se sientan por primera vez frente a una de estas obras monumentales y quedan flechados por los trazos, los rostros, la crudeza de las escenas, y el tamaño monumental de estas obras de arte.

El hombre controlador del universo (fresco sobre bastidor metálico transportable) tiene un contenido abiertamente político.

EL PALACIO DE BELLAS ARTES

En 1933 Diego Rivera comenzó a pintar un mural para el Centro Rockefeller de Nueva York. Inconclusa, la obra fue destruida porque el artista introdujo un retrato del líder comunista Vladimir Lenin. Muchos de los motivos de esa obra fueron rescatados en el mural que Rivera creó para uno de los muros del segundo piso del Palacio de Bellas Artes —entre enero y noviembre de 1934—. El hombre controlador del universo (fresco sobre bastidor metálico transportable) tiene un contenido abiertamente político. El obrero es la figura central. A su izquierda se hace una crítica al mundo capitalista, caracterizado por la lucha de clases; Darwin como estandarte de los avances en ciencia y tecnología, y una escultura grecolatina que representa la religión y el pensamiento occidental, entre muchos otros simbolismos.

A su derecha presenta una visión idealizada del mundo socialista: Marx, Engels, Trotski y Bertram D. Wolfe. Lenin como líder. Una marcha pacífica hacia la Plaza Roja. Dos órbitas en las que se entrelazan el mundo enfermo y saludable.

Otra de las grandes obras del Palacio de Bellas Artes (inaugurado el 29 de noviembre de 1934) es Liberación (acrílico sobre tela 4.49 x 9.93m), del tapatío Jorge González Camarena. El mural, creado entre 1957 y 1963 es una recreación de otra de sus grandes obras, Díptico de la vida (1941), que fue retirado del edificio Guardiola del Banco de México y destruido después del sismo de 1957. En esta recreación, González Camarena ejecutó una composición en tres secciones que plasman su interpretación plástica de la historia de México: la esclavitud, el acto de la liberación y, por último, una mujer mestiza, símbolo de sabiduría y vida.

  José Clemente Orozco creó Katharsis (fresco sobre bastidor metálico transportable de 4.46 x 11.46 m) entre 1934 y 1935. La escena es una alegoría sobre la guerra, una crítica a la sociedad de masas y una denuncia a los peligros del desarrollo tecnológico. Dramática, caótica y agobiante, la escena contrasta con la de figuras serenas que Rivera estaba pintando al mismo tiempo en el extremo opuesto del edificio.

En total son 17 grandes obras las que viven en el Palacio de Bellas Artes y en las que se revelan, celosos, algunos de los acontecimientos más poderosos de nuestra .

 

 

 

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